Sistema Alimentario. El rezago persiste y se ahonda (1)
Luis Ginocchio
Balcázar
La agricultura
que surte el mercado nacional es un subsistema del sistema alimentario del
país. A medida que pasa el tiempo es más notorio el rezago de esta agricultura.
El emblema alimentario nacional -la papa- suele sufrir penurias durante la cosecha
y sus cultivadores reciben precios ínfimos por el vital alimento. Y en mayor o
menor medida, los más de 2 millones de familias agricultoras comprueban en el
día a día que son la parte más rezagada del sistema alimentario del país [1].
Superar esta
situación de subestimación –por llamarla de alguna manera- del rol de la
pequeña agricultura alimentaria, requiere darle prioridad en la lucha del
Estado contra la pobreza y desigualdad. Si
bien hay una agenda agraria amplia de temas pendientes como productividad,
cambio de cultivos y calidad -la agricultura familiar ocupa al 25 % de la población económicamente activa y
produce la mayor parte de los alimentos que se consumen en el Perú. Dos motivos
para priorizarla y convertirla en elemento fundamental de redistribución.
Lamentablemente,
no pudimos aprovechar el dinamismo de la economía de los años de altos precios
de las materias primas para modernizarla y recuperar su rentabilidad y tracción.
También es un hecho que la organización de los productores ha sido una
debilidad notoria, agudizada en décadas recientes debido al predominio del
individualismo y pérdida del sentido de ‘la unión hace la fuerza’. Ni qué decir
de las destrezas para los negocios que es donde nuestros productores padecen las
más serias limitaciones que amenazan su viabilidad en medio de los desórdenes
climáticos que están al acecho.
No
es una sola agricultura para el consumo nacional
Sin embargo, hay
que destacar que dentro de la agricultura familiar peruana hay productores,
productos y situaciones distintas que hacen más complicado hallar ‘recetas’
únicas de solución a sus contrariedades. O por lo menos, a las más evidentes.
Por ejemplo, en términos de productores tenemos a aquellos insertados en los mercados
del consumo nacional, los que abastecen a las agroindustrias locales, aquellos
que exportan y surten a los exportadores; y, quienes solo siembran para su
propia alimentación (agro de subsistencia).
Una segunda
forma de analizar esta agricultura de mercado interno es según lo que siembra
cada grupo: cultivos tradicionales en decenas de miles de hectáreas y cosechas
masivas, poco diferenciadas y con rentabilidad incierta; cultivos emergentes, cuya
demanda crece en segmentos específicos y rentables pero con tecnologías aún en
experimentación; y, los cultivos promisorios, recién introducidos en
extensiones pequeñas y sin paquetes tecnológicos definidos, con precios
magníficos pero con mercados que son verdaderas interrogantes.
Una tercera
manera de estudiar a esta agricultura es dependiendo de las situaciones que
afronta: lucha contra los cultivos ilegales, combate a la pobreza y la
desigualdad; de territorios especiales como zonas de frontera y del altiplano, de
amortiguamiento vecinas a áreas de protección, entre otras.
Por eso es
importante resaltar lo que propone Julio
Berdegué [2], que tanto las autoridades y tomadores
de decisiones vean a la agricultura familiar como un sector de negocios, que
requiere servicios de calidad. Además, dejar de lado la acostumbrada mirada de ‘agro,
sector para ayuda social’.
Estímulos
para una agroindustria de la biodiversidad nativa
De otra parte,
añadiríamos que conviene que el Estado priorice una agroindustria basada en
cultivos de la biodiversidad nativa, con procesos que usen tecnologías de punta,
como apoyo a la diversificación productiva. Esto revalorizará las cosechas originarias
y nos conducirá a abastecer al subsistema gastronómico nacional y exportar alto
valor añadido de derivados únicos. Mejor aún si estos productos están
relacionados a las expectativas de una nueva propuesta de cocina peruana,
rápida, saludable y económica.
Algunos objetivos,
a saber: a) diversificar la cédula de
cultivos incluyendo cultivos emergentes y promisorios, con mercados
interesantes, en reemplazo de los tradicionales; b) estimular trabajo conjunto
de emprendedores urbanos y asociaciones innovadoras del campo; c) incorporar a
las universidades en la asesoría de negocios agroalimentarios y nuevas
tecnologías.
Y unos pasos
concretos: a) ubicar las asociaciones de productores establecidas que estén
innovando con cultivos de alto potencial comercial; b) organizar una plataforma
virtual de emprendimientos agroalimentarios, con participantes rurales y
urbanos; c) armar con financiamiento público equipos de negocios
agroalimentarios en cada región del país en convenio entre universidades del
interior y Lima (continuará).
Piura, Diciembre 21, 2019
www.haciendofuturos.blogspot.com
[1] Aunque
se reconoce que la superficie sembrada de papa podría estar más alineada con la
demanda (se suelen cosechar cinco millones de toneladas, monto largamente
superior al consumo); que más allá del chuño y la tunta no hay una
agroindustria papera de volúmenes, la papa no pierde su aura protectora.
[2] Representante Regional
de la FAO para América Latina y el Caribe, con sede en Santiago de Chile.
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