Del campo a las mesas

Autores: Luis Ginocchio Balcázar [1] y Constant Piscart [2]  

En julio 12, 2019 se publicó en este blog ‘Haciendo Futuros’ una nota sobre el artículo que escribimos en 2016 con Constant Piscart, funcionario de la cooperación de Bélgica en Perú. Constant es asiduo visitante a la Feria Agropecuaria Mistura (hoy Agro Ferias Campesinas), fundada por APEGA en mayo de 2013 con el apoyo del BID-FOMIN y la Municipalidad de Magdalena del Mar. APEGA buscó que los productores y procesadores de la agricultura familiar, más allá de participar en el ‘Gran Mercado’ anual (con Mistura), contaran con una feria a lo largo del año. La nota de julio de 2019 incluye un enlace con la versión descargable (en español) del presente artículo publicado en la revista Défis Sud 133-134 (noviembre-diciembre 2016). 

No obstante, debido a los desafíos de la agricultura familiar (para el mercado interno) en el país, consideramos necesario revisar algunos elementos de la comercialización agroalimentaria, parte fundamental del sistema alimentario no sostenible que padecemos. Así que en 2016 con Constant Piscart nos abocamos a pensar la comercialización agraria en Perú, que afecta al consumidor, su alimentación y bolsillo. Y al productor, quien batalla día a día por su viabilidad (o subsistencia), inmerso en un comercio rezagado y forjador de pobreza en el campo. 

El diseño de un sistema de comercialización de la producción agraria constituye una de las prioridades para un país con población creciente y el auge de la cocina peruana, convertida en una de las bases de la diversificación productiva nacional. Todo este fenómeno se sustenta en la prodigiosa diversidad biológica de suelos y mares, así como la vocación terrígena de los agricultores familiares. 

Gracias a la ONG para el desarrollo SOS Faim, activa desde 1964 en la lucha contra el hambre y la pobreza en África y América Latina, el artículo ‘Del campo a las mesas’ se logró publicar también en el extranjero. Ponemos al alcance de los amables lectores la versión original de ese entonces. 

Introducción 

El Perú es un país cada vez más urbano. Eso significa que día a día son más los peruanos y peruanas que viven en las ciudades y se hace por tanto más importante asegurar su abasto de alimentos. Así, el Perú hoy es más dependiente del campo que hace diez, veinte o más años. Dicho de otro modo, el bienestar de quienes habitan las ciudades depende en gran medida de los 2,2 millones de productores agrarios que abastecen el 70% de los alimentos que se consumen.

 

De allí surge el concepto de seguridad alimentaria. Afianzar el abasto de alimentos del campo a las ciudades en disponibilidad, precio e higiene. Por eso es fundamental para el país dotar a la agricultura familiar de las condiciones que todo agente económico requiere: asistencia técnica, acompañamiento para fortalecer la gestión empresarial y asociativa y financiamiento, por mencionar algunas.

 

No hay que olvidar que existen amenazas como el cambio climático, la contaminación y erosión de los suelos, la migración de los jóvenes rurales a las ciudades y la elevada edad promedio de los agricultores. Todo eso se agudiza al saber que Perú es uno de los países con menor tierra agrícola per cápita del continente. Todo ello obliga a buscar mayor eficiencia y al mismo tiempo, equidad.

 

Por eso es fundamental para el bienestar de las ciudades tender puentes con la agricultura familiar y la ruralidad. Y una de los mayores desafíos para la seguridad alimentaria nacional es la planeación y comercialización de la producción agrícola.

 

La comercialización agraria

 

Si bien la agricultura peruana se distingue por su impresionante diversidad y sus agricultores han demostrado su habilidad para la producción y hasta el mejoramiento genético de plantas alimenticias de impacto mundial, la comercialización de las cosechas es su ‘talón de Aquiles’.

 

Además, y para hacer más grande el desafío, el tema de la comercialización en las cadenas está muy poco estudiado. A modo de ejemplo, buscar un documento que incluya una breve descripción de los principales mercados mayoristas del país, no es tarea sencilla. Habrá que saber qué otros mercados acompañan al Moshoqueque (Chiclayo), Ráez Patiño (Huancayo) y Vinocanchón (Cusco). En Lima, el reto es mucho mayor debido a las dimensiones del consumo de alimentos en una capital con cerca de 10 millones de habitantes.

 

El ‘eslabón’ comercial de las cadenas de valor agroalimentarias es fundamental. No solo porque en los mercados se ofrece la agrobiodiversidad sino porque estos espacios son lugares de tradición y expresión cultural. Y no menos importante, en ellos se encuentran operando decenas de miles de micro y pequeños negocios que crean valor y participan en la formación de precios de los productos agrarios [3].

 

Las ferias agropecuarias

 

Las ferias de productores agrarios (farmer markets en inglés) existen en todo el mundo. Desde el siglo XVIII estas ferias venden directamente a los consumidores de las ciudades. Por ejemplo, el famoso Marché Bastille, el mercado de productores más visitado por los turistas que acuden a Paris, ubicado en el centro de la capital francesa. O el Union Square Greenmarket, situado en el famoso parque del mismo nombre, en la zona más transitada de Nueva York.

 

En algunos lugares -con el auge de la industria alimentaria- las ciudades se inclinaron por adquirir sus alimentos en supermercados y otros formatos modernos. Por el contrario, en América Latina –por ejemplo, aquí en Perú, el sector tradicional -compuesto por los mercados, bodegas y ferias- ha conservado la preferencia del gran público. Pero es innegable que la penetración de los supermercados y otros formatos del sector moderno del comercio de alimentos está avanzando.

 

En ese sentido, no obstante que las ferias locales y regionales son tradicionales en el interior del país, en las ciudades grandes y medianas existen muy pocos ejemplos de estos espacios públicos para que los agricultores ofrezcan directamente sus cosechas a los consumidores urbanos. En pocas palabras, existen muy pocas ferias de productores como la de Huancaro en Cusco, que es tal vez la mayor de ellas.

 

Las ferias agropecuarias son muy útiles como vitrina para mostrar la variedad de las cosechas y productos de los agricultores familiares y pequeños procesadores. Además, son un espacio de aprendizaje y para ganar nuevas habilidades de negocios. Y también para conseguir contactos con otros compradores. Estas ferias –o circuitos cortos de comercio- si bien movilizan una parte pequeña de las cosechas estimulan iniciativas innovadoras y esfuerzos asociativos para acometer el reto de vender la producción.

 

Mercados llenos, agricultores pobres 

 

Hoy la agricultura familiar abastece a los intermediarios y comerciantes que llenan los mercados de abastos con surtido, calidad y poder nutricional, que es la base del auge de la gastronomía peruana. Sin embargo, pocos agricultores logran una rentabilidad razonable por su trabajo. La cadena de intermediación se apropia de la mayor parte de las ganancias y los productores asumen estoicamente los costos y riesgos del cultivo. La comercialización es el punto débil de esta cadena de valor agrícola, agroindustrial y gastronómica que el Ministerio de la Producción considera como uno de los 'motores' de la diversificación productiva que el país requiere urgentemente.

 

¿Qué ha pasado con las conexiones entre las ciudades y el medio rural? El Perú ha vivido muchos cambios en décadas recientes. Desde los cincuenta se producen las grandes olas de migración del campo conformándose grandes ciudades como Lima, Arequipa, Trujillo, Chiclayo, Iquitos, Piura, Cusco y Huancayo, entre otras.

 

Las ciudades han ganado importancia y al mismo tiempo ha surgido una economía informal que se estima llega al 60% del empleo nacional. Una de las manifestaciones más populares en la Lima del 'desborde popular' fue el fenómeno del comercio ambulatorio que llenó las calles de las ciudades como un escape al desempleo provocado por los cambios en la estrategia económica del país.

 

Al mismo tiempo, los mercados de abastos, mercadillos, paradas y paraditas crecieron en número y ubicación, y se fueron alejando del control municipal. Todo este proceso de crecimiento del sector tradicional del comercio de alimentos llega a su plenitud con la norma que privatiza los mercados minoristas a fines de los años noventa.

 

Hoy la situación requiere claridad y decisiones. Una agricultura familiar rezagada, sin un sistema nacional de planeación de la producción, distribución y consumo de alimentos, que le provea información y servicios de apoyo, infraestructura de acopio y mercados –mayoristas y minoristas- coordinados con los centros de producción, puede acrecentar su marginalización, con todos los riesgos que ésta puede significar para el país y su seguridad alimentaria y nutricional.

 

Algunas reflexiones sobre comercialización agrícola

 

Como se dijo, las ferias agropecuarias son una de las más interesantes alternativas para comenzar a mejorar la relación de las ciudades con el campo. En esa línea en seguida aparecen algunas reflexiones sobre estos ‘circuitos cortos’ del comercio agrario, sin excluir otras medidas a implantar para la articulación comercial de los agricultores familiares a las actividades de diversificación productiva que el país tiene que trabajar con urgencia.

 

1. Dificultad de las ciudades para reconocer su fragilidad alimentaria. Los gobiernos locales de las ciudades se resisten a conceder la prioridad que amerita el abastecimiento de alimentos. Ante una creciente población y la escasez de tierras agrícolas es perentorio que las ciudades apoyen la expectativa de los agricultores en participar en el comercio y recuperar la prosperidad de sus negocios.

 

2. Los productores no se han organizado para promover su articulación comercial. Aún no ha sido posible que los productores se organicen y tramiten ante los gobiernos locales de las ciudades el uso de espacios públicos como punto de encuentro entre agricultores y consumidores. Esto es, que reconozcan las ventajas para ambos sectores de este pacto campo-ciudades. Así, se conoce que en Colombia los agricultores tienen representación en las entidades que supervisan el abasto alimentario urbano.

 

3. Los productores agrarios no han sabido interpretar las necesidades del público. Es necesario fortalecer las capacidades de negocios de los productores para ofrecer el surtido y precio que atraiga al público. Al mismo tiempo, que los gobiernos locales de las ciudades grandes y medianas prioricen el comercio de alimentos incluyendo modernización de mercados mayoristas y minoristas así como promoviendo ferias de agricultores en armonía con los vecinos y en relación con sus gustos y poder adquisitivo [4].

 

4. El marco legal no se adecua a la realidad. La articulación comercial de los agricultores está limitada por la evolución de los hábitos de consumo de alimentos, la creciente presencia del sector moderno del comercio y un sistema de distribución de alimentos desconectado entre abastecimiento y comercio. Esto es, sin la necesaria planeación de la producción en función de la demanda. De otro lado, se echa de menos que el Estado implemente políticas que acerquen a la agricultura familiar y las empresas agroexportadoras. Además, la promoción del comercio exterior debería favorecer a las organizaciones de agricultores con potencial de exportación.

 

5. Los consumidores urbanos ignoran origen de sus alimentos. No es extraño que algunos en la ciudad ignoren que la leche viene de las vacas y las manzanas de un árbol frutal. Este fenómeno de desconexión entre el lugar de producción (la chacra) y el consumo (la olla) se llama “alimento que proviene de ninguna parte” según el sociólogo Philip McMichael.

 

6. Los mercados no contemplan espacio para agricultores. Si bien en el mercado mayorista de Santa Anita (el más moderno de los centros que realizan comercio mayorista en la Gran Lima) ya ofrecen sus cosechas algunas organizaciones de productores, son pocos los espacios y escasas las medidas de estímulo para que la producción de la agricultura familiar participe en la comercialización en las ciudades mayores y medianas del Perú.

 

7. Debilidad de la agricultura familiar dificulta negocios con sector moderno del comercio. La falta de organización de la oferta de los agricultores familiares dificulta la escala y especificaciones que exige el sector moderno del comercio.  Las barreras de entrada son altas (largos plazos de pago, certificaciones…), lo cual impide que los agricultores se conviertan en proveedores. Sin embargo, crece el número de consumidores que buscan productos más naturales, que conserven su sabor y poder nutritivo, que se sepa su procedencia (ej. rocoto de Villa Rica) y con precios competitivos. Ese segmento es el que mejor 'sintoniza' con la causa de la agricultura familiar. Habría que convocar a la industria alimentaria, cadenas de supermercados y agricultura de exportación para trabajar innovadoramente otras formas de colaboración dentro de las cadenas agroalimentarias gastronómicas. A que se sumen a esta cruzada para la seguridad alimentaria del país.

 

8. Auge gastronómico y abastecimiento agrario. La Sociedad Peruana de Gastronomía –APEGA, trabaja desde su fundación promoviendo el fortalecimiento de la cadena de valor gastronómica comenzando por la agricultura familiar. Por eso se firmó la Alianza Cocinero Campesino con Conveagro y ANPE en 2009. De este modo la cocina actúa como un factor integrador de la diversidad del Perú. Además, el proyecto 'Cadenas Agropecuarias Gastronómicas Inclusivas', de APEGA con apoyo del BID-FOMIN, lleva a cabo semanalmente y desde hace más de tres años la Feria Agropecuaria Mistura en Magdalena del Mar donde cerca de 60 productores agrarios y pequeños procesadores de 15 regiones del país venden directamente sus cosechas y productos a los consumidores.  Y en tres distritos de Lima más se han organizado ferias en forma intermitente.

 

9. Ferias agropecuarias, espacio de tradición y encuentro. Más allá de constituir una fuente de abastecimiento, las ferias agropecuarias son un espacio de encuentro, típico del Perú profundo, y que contribuyen a mantener los lazos sociales acercando el campo y la ciudad. Asimismo, el vecindario se identifica con sus caseros del campo, y se vuelven clientes frecuentes, entablan dialogo, ambos dejan de ser anónimos y se acercan. La experiencia comercial que acumulan los productores fortalece sus capacidades y aumenta su poder de negociación en la cadena de valor.

 

10. Diversificación productiva y futuro de la cadena de valor gastronómica. El país necesita superar su dependencia a actividades extractivas cuyos ciclos de precios afectan a la economía. Para lograrlo es clave definir nuevos ‘motores’ sobre los cuales se sustente un sólido programa de innovación y mejora tecnológica para aumentar la productividad -y por tanto la competitividad- de la producción nacional. Y para consolidar a la cadena de valor gastronómica como uno de esos ‘motores’ es preciso fortalecer a la agricultura familiar. Es urgente diseñar un sistema nacional de distribución de alimentos –que equilibre oferta y demanda- para mayor equidad y eficiencia en esta cadena. De ese modo, los tres niveles de gobierno y los agricultores a través de sus organizaciones coordinaran la producción, comercio y consumo de alimentos enlazando al campo con las ciudades.

 

Confiamos que las nuevas autoridades compartan la misma perspectiva de cambios que propone el movimiento gastronómico para el desarrollo nacional comenzando desde el interior hacia Lima, reduciendo las brechas entre las comunidades urbanas y rurales. 

Lima, Agosto de 2016 



[1] Coordinador, Proyecto ‘Cadenas Agroalimentarias Gastronómicas Inclusivas’ de APEGA - Sociedad Peruana de Gastronomía (Agosto 2016).  

[2] Coordinador, Autre Terre Perú. 

[3] APEGA ha desarrollado durante 2015 y 2016 dos campañas en 65 mercados minoristas de 15 distritos de Lima, denominadas ‘Casera’. Asimismo, uno de los 8 módulos del I Congreso Internacional de Gastronomía (Lima, abril 12-13, 2016) se dedicó a la situación y perspectivas de los mercados de Lima. 

[4] Por ejemplo, para animar la demanda de un producto con tendencia favorable (ej. quinua) se ofrecerá con información nutricional, recetas (preparación), origen geográfico, conservación, etc. Asimismo, el vendedor ofrecerá un servicio eficiente al cliente y le entregará calidad, peso exacto, garantía y comprobante.  Estos elementos permitirán al agricultor feriante diferenciarse del comercio ambulatorio y otros canales de venta.

 

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